01 septiembre 2008

Capítulo XXIV: Lluvia vete ya

En eso íbamos, subiendo una pequeña cuesta, cuando se escucha: “pitsss…” Mire hacia mis ruedas y estaban intactas, por lo tanto ante la ausencia de cualquier otro vehículo en muchos kilómetros a la redonda, rápidamente concluí que otra vez Carlos había pinchado una rueda. Y así fue. El trámite de cambiar la cámara no debía durar más de diez minutos, sin embargo no quedaban cámaras en buen estado y por lo tanto debíamos comenzar el proceso de parchado. Primero, desmontar el equipaje que de por sí es toda una proeza por la cantidad de amarras y cachivaches sueltos que cuelgan de la parrilla, y luego sacar la cámara y comenzar la tarea de encontrar el pinchazo que, para fortuna o desgracia, era ínfimo. Fortuna porque no costó nada parcharlo, bastó con un pequeño parche. Desgracia porque tardamos más de veinte minutos sólo buscando ese ínfimo orificio. Y como es rutina, primero la lija, luego el pegamento, el tiempo que demore en secar, pegado y prensa, para finalmente volver todo a montar.

Fue en el proceso de secado cuando comenzaron a caer nuevamente gotitas de agua, que rápidamente fueron goterones y finalmente una copiosa lluvia que terminó por mojar hasta el más escondido de los pensamientos. Pero no todo estaba dicho, faltaban los granizos, que sin un techo donde guarecerse era preferible perderse semejante espectáculo. Con el casco puesto pudimos proteger la cabeza, pero la espalda sufrió un fuerte masaje que me hizo recordar los duros caminos de ripio que alguna vez debimos cruzar. En medio de la tormenta logramos montar la bici de Carlos y partir. La tormenta parecía diluvio y nosotros unos completos gatos mojados. Los autos pasaban al lado nuestro tirando agua y tocando la bocina, no sé si para saludarnos y para refregarnos en la cara el ridículo que estábamos haciendo.

Llegamos a Paillaco con la idea de comer en algún boliche y conseguir un techo donde cambiarnos nuestra ropa mojada por algo seco y abrigado. Mientras comimos hicimos una suerte de rezo esperando que parara aquella infernal lluvia. El dueño del local nos dijo que nunca se sabía del tiempo, ya que cambiaba en cualquier momento y se podían tener las cuatro estaciones del año en un mismo día. Ante eso, nosotros comenzamos a esperar, al menos, la primavera.

La lluvia había amainado por lo que era el momento de seguir. En Paillaco debimos salir por primera vez a la ruta 5 para continuar hacia Osorno, ya que la alternativa de ripio la habíamos descartado. Mientras buscábamos un lugar para alojar a la orilla del camino, paramos en un local a comprar provisiones. Al lado de nosotros había un vehículo que traía puesto un disco de Barney para entretener a los niños.

Continuamos buscando sitio bajo un cielo amenazante y recordando la canción de los niños: “Lluvia vete ya, otro día regresarás, ahora queremos jugar, lluvia vete ya”


No hay comentarios.:

 
Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.