15 julio 2008

Capítulo XXI: Caminos, un amplio abanico de posibilidades

Salir hacia el sur implica cruzar un balseo sobre el Lago Budi “único lago salado de América”, que por su curiosidad vale la pena mencionar. Al bajar de la balsa, el camino se transforma en una verdadera tortura. Nuevamente aparece el ripio con bolones grandes que poco a poco van moliendo todo tipo de cálculos y cuanto haya al interior de nuestros cuerpos. Las sienes tiritaban, las muñecas se resentían y el trasero mejor no comentar. Sin embargo el paisaje ayudaba psicológicamente con sus bosques y su vista al lago.

Al dejar el lago atrás comenzamos a circular por un camino que de súbito nos dejó embancados en la arena de una playa ubicada en Punta Puaucho. No podía creerlo, el camino había llegado a su fin y nunca vi un letrero que indicara un desvío o un camino alternativo. Ya me estaba haciendo la idea de regresar para dar la vuelta completa al lago, cuando vimos a una señora morena, bajita y con sobre peso que vestía una manta de color negro y un hermoso adorno en su pecho que según nos dijo, se llamaba “Akucha”. Esta señora era un mapuche de muy buena voluntad que al vernos afligidos por la ausencia del camino se nos acercó y nos dio luces de esperanza. El camino efectivamente llegaba a la playa y lo que es más raro aún, la cruzaba hasta un extremo que no lográbamos divisar. Claramente ese tramo lo debimos cruzar a pie, arrastrando nuestros vehículos que enterraban completamente sus llantas en la arena, ya que de otra forma hubiésemos tenido que levitar. Realmente una tarea agotadora.

El camino seguía hacia Hualpín y para nuestra sorpresa nuevamente las condiciones del camino cambiaron. Nosotros realmente estábamos escogiendo la ruta de las dificultades. El camino estaba recién en proceso de mantenimiento y tenía un colchón de piedras listas para ser esparcidas y así formar el camino. Creo que ni con una moto de rally hubiese sido llevadero ese camino. Ya quería forrar el sillín con una gruesa esponja, ya que no lo aguantaba y las cremas cicatrizantes ya no hacían efectos. A estas alturas, había que decirlo, mi trasero estaba destrozado.

Finalizado este camino, fuimos a dar a otro que para fortuna nuestra tenía una huella de trumao por la orilla que los lugareños utilizaban para viajar con sus bueyes. Nos subimos a esa suerte de ciclovía y dejando una gran nube de polvo a nuestras espaldas, avanzamos rápido disfrutando la ausencia de piedras y lo suave del camino. Por primera vez en el día comenzamos a sonreír, mostrando nuestros dientes cafés de tanto tragar tierra.

Al acercarnos a Hualpín el camino de trumao se acaba, debiendo enfrentar nuevamente el ripio y como si fuera poco con un fuerte viento en contra. Las energías ya no daban más, sin embargo para entretenernos y darnos ánimo, comenzamos una carrera con la finalidad de salir luego de ese apestoso camino y distraer nuestras ideas, cosa que dio muy buenos resultados.

Finalmente, después de Hualpín el camino era asfaltado y después de once relajados kilómetros llegamos a Nueva Toltén, lugar donde descansaríamos nuestros aporreados cuerpos.

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