15 mayo 2008

Capítulo XVII: Un camino lleno de historia

La piscina natural de Curanilahue era espectacular, gigantesca y de aguas calmas y limpias, con sectores de sol y otros de sombra. La verdad es que había para todos los gustos. Por lo agradable que resultaba el lugar, decidimos disfrutar la mañana allí y pedalear después de almuerzo.

A medida que avanzábamos, sentía como también lo hacíamos en la historia de nuestro país. Se suscitaban múltiples pueblos, algunos con nombres mapuches y otros con alguna historia detrás del español que las fundó. Así iba siendo nuestro andar, hasta entrar a la ciudad de Cañete, valiosa ciudad testigo de importantes batallas entre mapuches y españoles. Ya era tarde y el sol estaba por ponerse, espectáculo que fuimos a disfrutar al fuerte Tucapel, lugar que tiene una hermosa vista del valle. Recién allí pude comenzar a entender por qué Pedro de Valdivia lo había escogido como un lugar estratégico: tenía una vista absoluta de lo que pasaba a su alrededor, dominando por completo al adversario. También pude comprender por qué Lautaro lo sorprendió en ese lugar, logrando arrebatarle la vida: el paisaje resulta ser un viaje hipnótico al silencio, donde la reflexión y la abstracción se apoderan del observador, anulando todo tipo de alertas y defensas.

Estaba en mi propia abstracción, cuando Carlos me sorprende invitándome a continuar el viaje. Quise visitar a unos familiares, pero me enteré de un hecho trágico. A uno de ellos lo habían empalado y al otro le habían cortado las manos. Atónito por la noticia y absorbido por el lugar, debí aceptar el ofrecimiento de Carlos y continuar el viaje.

Ya era de noche. Se respiraba un aire calmo y la luna llena iluminaba por completo la carretera. Hace un par de siglos, esta fue la única ruta utilizada por los “blancos” para acceder a Valdivia, previo pago de peaje. Yo esperaba que ese peaje ya no existiese.

Transitar por esos caminos llenos de historia me tenía extasiado. Desde el fuerte Tucapel que no podía recobrar mi lucidez. Algún tipo de magnetismo tenía ese lugar, sensación que por cierto, no me molestaba en absoluto.

Sabía que estábamos cerca de algunos lagos, como el Lanalhue, el Lleulleu y el Antiquina, los que poseían camping y que serían una excelente alternativa para pernoctar. Nunca logramos dar con ellos, o más bien, tener conciencia de estar en alguno de ellos, ya que en un momento de la noche preferimos meternos a un predio forestal y armar la carpa a orillas de un lago que nunca supimos que nombre tenía.

Creo que en ese lugar más de alguien pasó la noche, era sereno, resguardado del viento, aislado del camino, con agua y un hermoso paisaje a los ojos. Seguí reflexionando sobre la historia que estábamos pisando y la desafortunada suerte que corrieron mis familiares. De repente recordé una clase de Historia de Chile del colegio donde mencionaban las formas en que mataban y castigaban los españoles. Realmente fue una guerra salvaje y que de seguro aún no ha terminado.

Ya era hora de dormir, y mientras contaba ovejitas se me aparecieron dos nombres en la cabeza… ¿Habrán sido Caupolicán y Galvarino, los parientes que buscaba?

No hay comentarios.:

 
Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.