01 mayo 2008

Capítulo XVI: Gatos

Antes que el sol comenzara a iluminar, Carlos se levantó para preparar las cosas que faltaban para seguir rumbo al sur. Yo no tenía ningún apuro, y recién un par de horas más tarde, decidí ponerme en pie. Carlos ya tenía su bicicleta en movimiento y mis cosas desparramadas por el suelo del patio. Carlos en una suerte de venganza, lanzó todas mis pertenencias afuera de la casa, como si eso me hubiese hecho apurar. Yo, con pica, más me demoré en arreglar las cosas y recién a las diez de la mañana seguimos nuestro peregrinar por Chile.

Después de pasar rápidamente por Coronel, ingresamos a la turística ciudad de Lota. Quisimos visitar el Parque de Lota, por lo que nos adentramos en un pueblo carbonífero lleno de historia. Pasamos por las antiguas casas y por el desvío que conduce al chiflón del diablo, hasta llegar a la parte más baja de la ciudad, la entrada al parque. Este parque fue toda una sorpresa. Los precios para acceder hacían de su visita un verdadero lujo; más encima el portero nos obligaba a dejar nuestros vehículos en el “bicicletero” con las alforjas incluidas. Hasta ahí llegó nuestra visita, conformándonos con la ciudad y preparándonos para escalar las escarpadas calles para regresar a la carretera.

Lenta y cadenciosamente comenzamos a girar nuestros pedales. El sudor corría por nuestras frentes mientras cruzábamos las poblaciones. Carlos un poco más atrás seguía rítmicamente la escalada al cerro. Una vez en la carretera, Carlos me mira serio, sudado y enojado. Parecía que algo no andaba bien.

- Pensé que ya habías aprendido. Me dejaste botado y casi me asaltan – me dijo en tono de fuerte reproche.

- Pero yo iba un poco más adelante, yo te veía – intenté argumentar.

- ¿Viste la camioneta blanca que nos adelantó? Atrás iban tres sujetos que comenzaron a abrirme los bolsos mientras seguía pedaleando. No sé cómo lo hice, pero saqué valor, les grite un par de garabatos y golpeé con fuerza sus puños hasta lograr que se desprendieran de mi equipaje. Yo temía que intentaran hacerte algo sin poderte alcanzar. Créeme, estuvimos muy cerca de que esta travesía se transformase en una tragedia. Ahora deberemos seguir muy unidos, aunque te cueste, ya que esta zona está llena de “gatos “.

Con un silencio sepulcral seguimos por la carretera. Pensaba en los famosos “gatos” y no lograba entender su nombre, hasta que en plena acción vi cómo se descolgaban de un camión en marcha con la mercancía robada. Ahí entendí todo.

El ánimo no era malo, sino más bien de alerta. Luego de algunos kilómetros entre plantaciones de eucaliptos, volvimos a divisar un grupo de gatos bajándose de un camión en marcha. Con mucha precaución nos detuvimos en el camino a la espera de que se fuesen y nosotros poder seguir. Me sentía en terreno minado. Esto realmente era adrenalínico.

Después de cien kilómetros y dejando los “gatos” atrás, paramos en la ciudad de Curanilahue, donde comimos y nos reabastecimos. Buscando donde alojar, llegamos al camping municipal. Éste era gratuito y tenía una reconfortante piscina natural y espacio suficiente bajo el bosque para no toparse con nadie. Este lugar daba para quedarse más allá de una noche. Un verdadero paraíso.

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