01 enero 2008

Capítulo VIII: Intentando retomar el viaje

Me incorporé convencido de que debía tomar a la “Blue” para seguir el camino. Cuando tomo impulso para levantarme, un fuerte tirón me jala hacia atrás. Eran los cables que aún me tenían amarrado y postrado a la cama del hospital. Tan pronto como la enfermera me libera de mis cables de fuerza, me puse de pie y partí a urgencias a que curaran mis puntos. Con tanto punto, me sentía ganador de la Lotería. Luego pasé por ventanilla, retiré el alta y me fui. Ya en el camino le pregunté a Carlos si tuvo que pagar, ya sea por la pieza común o por la matrimonial (perdón, el pensionado) que él ocupó. Sólo atinó a encogerse de hombros y esbozar una sonrisa de oreja a oreja. Firmó un papel que no sabe lo que decía, se lo timbraron y se despidieron de él con una agradable sonrisa y un “gracias por preferirnos, vuelva pronto” (no sé si por preferir los servicios hospitalarios o los de la enfermera que atendió a Carlos…). Total a mí, maní. Firmó él, por lo que si alguien va a aparecer en el boletín comercial ese va a ser Carlos.

Que chico es el mundo y que grande es el destino. En la plaza nos encontramos con parte de los ciclistas que hace dos días nos collereaban en el camino hacia el puente. Amistosamente nos saludamos y ellos se sorprendían de lo sucedido. A estas alturas nosotros ya deberíamos estar mucho más allá de Constitución. Pero no es así y nos encontrábamos en Curepto, conociendo un pueblo absolutamente ciclístico. Todos andaban en bicicleta, incluso la hermosa doctora que me atendió, si ella era perfecta. Muchas bicicletas estacionadas apoyadas con el pedal en la cuneta, una detrás de otra y sin candado, era parte del paisaje de este hermoso pueblo.

La micro se nos iba, por lo que había que apurarse. Una sola frecuencia al día es lo suficientemente poco como para dejarla ir. Poco a poco se comenzaban a subir señoras con bigotes y kilos de más, sumado a canastos con gallinas que cacareaban al compás de una vieja que no paraba de reclamar por el calor y por todo cuanto se le cruzase. Para colmo de males, la vieja vivía a mitad de la cuesta que tanto nos costó subir hace unos días atrás. La micro que tenía más años que revista de peluquería a penas se la podía y debía más encima parar para que la señora bajase sus canastos con gallinas. El problema era intentar proseguir. Estoicamente la micro continúo su rumbo. Yo ya me había hecho la idea de tener que empujar, cosa que finalmente no ocurrió.

Llegamos a Las Lomas, me volví a curar (no a emborrachar, entiéndase bien), esta vez por Gladys y seguimos a La Trinchera para descansar.

Al volver a tomar a mi niña en brazos, volví a sentirme con este loco espíritu aventurero, sin embargo, éste debía esperar ya que en lo que restaba del día era preciso descansar. La bajada fue a pie, el lugar del accidente fue visto y recordado en la lejanía, la consciencia de la inconsciencia momentánea fue presa de mí por esos días. Reflexiones dan para mucho, pero es el subconsciente quien mejor acoge la lección. Lo cierto es que debía concentrarme, para los días venideros.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Tanto tiempo Señor Viveros.
primero...mucho exito en este nuevo año que esta comenzando ^.^
Por otro lado, me pongo al dia con mi lectura quincenal, que ahora fue mensual. me encantan las aventuras de felipin, sigue escribiendo.
Te quiero mucho
Claudia

 
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