01 marzo 2007

Un accidente bien particular

Era un viernes en la noche como cualquier otro. Hacía muchísimo frío, por lo que bien abrigado me apresté a realizar el recorrido hacia mi casa el que se haría por la Avenida Vicuña Mackenna. Llevaba aproximadamente 10 minutos de viaje cuando me acercaba al Mall Plaza Vespucio. El horizonte se divisaba de la siguiente forma: tres micros estacionadas tomando pasajeros hacia mi derecha; cero vehículo motorizado a mi espalda, que quedaron detenidos en el semáforo; mucha gente detenida a ambos lados de la calzada esperando cruzar en un semáforo casi eterno para ellos; y tres pistas a mi disposición. Avancé veloz como lo hago habitualmente adelantando las micros, cuando... oh! sorpresa, un ser salido de la nada, se cruzó en mi camino. No se detuvo ni corrió, sólo espero que mi viaje finalizara. Ya era tarde para ello, los frenos no aguantaron y... ¡rayos y centellas!, ¡cáspitas y recórcholis!... los dos al suelo. Creí que la “Bleu” lo había matado, ya que al tipo le enterró sus afilados cachos en plenas costillas. Yo caí de espaldas golpeándome la cadera contra el cemento, salvando milagrosamente el azote de mi cráneo (por supuesto que protegido por el casco) lo que me mantenía, hasta ese momento, bastante lúcido.
Rápidamente los peatones en el lugar nos levantaron para llevarnos a la vereda. Más rápido que yo, pusieron de pie a la “Bleu”, a quien pretendían llevársela y dejarme nuevamente como peatón. Sin embargo por el cariño que nos une, mi hábil bicicleta botó su cadena y frenó sus dos lindos piesecitos. Entre el golpe y la confusión del momento escuchaba a alguien reclamar por el desperfecto de mi bicicleta, lo hacia con tantas ganas como una madre cuida sus pollitos, pero reaccioné y me percaté que no llevaba guardaespalda por lo que comprendí que el tipo reclamaba por algo que él ya creía suyo. Mientras viajaba a la vereda intentaba descargar la rabia contenida, recriminando al peatón atropellado por lo ocurrido. A esta altura pensé que nada me sorprendería, pero me equivoqué. El tipo que puso de pie a la “Bleu”, que hasta ahora nadie me lo había presentado, comenzó a insultarme, saludó a mi familia y como si fuera poco, me amenazó con meterme dos balazos en el lugar, señalando su juguete con la mano, ante su frustrado intento de asalto. Yo no cabía en mí, estaba atónito. Afortunado o no, lo cierto es que al poco rato apareció la policía llevándoselo detenido.
Finalmente logré destrabar los pies de la “Bleu”, le reenganché la tracción y continué mi viaje a casa. Pensaba: “el buitre aquél me amenazó porque no lograba comprender su mala suerte: intentó asaltarme con su mejor amigo, lo interpuso en mi paso y yo, en vez de frenar lo atropellé con toda la velocidad que traía, y para más remate el objetivo del robo se frenó por lo que no pudo arrancar con él.”
Lo que parecía un accidente de tránsito cualquiera, fue en realidad un asalto muy bien premeditado, que falló.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Buen relato. Es bueno saber las artimañas que están utilizando estos "amigos de lo ajeno" para llevarse nuestras cletas.

Saludos, Alejandro

 
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