01 diciembre 2006

El invento desechable

Para un buen deportista de fin de semana, el día domingo se hace ideal para salir a pedalear. Junto a un grupo de amigos, todos deportistas ocasionales, decidimos salir rumbo al cerro San Cristóbal. El día se veía claro por el sol matutino, pero oscuro por las nubes en el horizonte que comenzaban a cubrir la ciudad. Las ráfagas de aire cálido me hacían sentir en el ojo del huracán Katrina o algo así.
Ese día salí a la calle con mi última innovación: una novedosa caja de zapato sobre la parrilla, para transportar pequeñas cosas, a modo de maletera automotriz. Era bastante cómoda, podía guardar un sinnúmero de cosas, las que quedaban herméticamente protegidas y cubiertas por la tapa de la caja.
Comenzó el ascenso al cerro y a mitad de camino viramos hacia el sector de La Pirámide, lugar donde debíamos llegar. Estando arriba, el sol desapareció y las nubes nos comenzaron a sonreír tímidamente. La verdad es que las nubes no tenían ninguna obligación en sonreír, ya que nos gustara o no, igual íbamos a quedar empapados. Lo cierto es que hasta ese momento mi caja era la admiración de todos, ya que nadie discutía su originalidad y practicidad. Cuando me percaté que la lluvia era inminente y ya no alcanzaba a llegar seco a la casa, comencé una loca carrera por impermeabilizar mi hermosa caja, tecnología que yo aún no lograba desarrollar. Para ello, nada mejor que bolsas de nylon. Pero como la caja no ingresaba en ninguna de ellas, con la ayuda de tijeras comenzó el desarme de las bolsas y con ayuda de cinta adhesiva, el pegado. El trabajo fue bastante rudimentario y folclórico. Cuando comenzaron a caer las primeras gotas, la labor estaba casi completa, sin embargo necesité un par de minutos adicionales para terminar el sellado. Sacar algo de la caja era toda una proeza, ya que quedó tan bien cerrada que para abrirla casi se necesitaba de un cerrajero. Pero al terminar, las gotas ya no eran tales y la situación se transformó en una tormenta de los mil demonios.
La bajada del cerro fue impresionante. Mis lentes se empañaban cada vez más y como no tenían antiempañante, mi visión fue casi nula. Con pura intuición iba avanzando en el camino. Al llegar a la primera parada, noté que la impermeabilización de mi querida caja ya no era lo suficiente para la copiosa lluvia, por lo que el noble material de cartón, tristemente comenzó a ceder y la forma cuadrada de la caja se adaptó a las cosas que traía en su interior. Mi experiencia como diseñador e ingeniero fue traumática.
Llegué a casa con mi invento hecho puré, literalmente. Todo lo que iba en su interior parecía estar envuelto en una inmensa masa de papel maché. Con la cara entre las manos, hacía pucheros por el fracaso de mi invento, al tiempo que veía como goteaba la caja. Creo que ya no era lluvia, más bien parecía el llanto de las cosas mojadas que iban en su interior, que por un instante se ilusionaron con viajar cómodamente en primera clase. Por ahora deberán volver a ser amarradas en la parrilla con sogas elasticadas, como un lomo de cerdo a punto de ingresar al horno, mientras yo craneo la próxima invención ciclística.

1 comentario:

superstar dijo...
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