01 diciembre 2008

Capítulo XXX: Pedalenado con un desconocido

El sol nuevamente alumbraba y calentaba esta Travesía. Mientras desayunábamos veía que el tráfico por la carretera era constante y lleno de camiones y buses, hecho que me tenía un tanto preocupado, considerando que el camino estaba en pésimas condiciones y carecía de berma. Deberíamos extremar las precauciones y mantenernos unidos como nunca en este tramo. Mis cálculos estimaban que en cerca de una hora estaríamos en la plaza de la última ciudad que visitaríamos en esta Travesía: Castro.

Comenzamos a montar todo arriba de nuestros vehículos. Siempre lo hacíamos en silencio, concentrándonos en meter cada cosa en cada espacio, sin dejar nada abajo ocupando hasta el último rincón de nuestras alforjas. Era un reto que debíamos sortear día a día, pero con el correr del tiempo esta práctica comenzaba a hacerse más fácil.

Cuando ya nos aprestábamos a pedalear, veo en Carlos una cara de preocupación y una actitud de búsqueda en todo el sector donde alojamos. Al parecer algo se le había perdido. En un comienzo creí que buscaba basura para no dejarla botada, como acostumbrábamos a hacer todas las mañanas, pero la verdad es que buscaba algo personal, algo de su equipaje no aparecía. Carlos me comenta que no lograba encontrar su banano, bolsito pequeño de cintura donde llevaba todos sus documentos personales, alguna que otra cuenta y un monedero sin un céntimo. Este hecho era preocupante, Carlos estaba perdiendo lo último que le quedaba: la identidad.

Al empezar a dimensionar la gravedad del hecho, me bajó una angustia. A partir de este momento me encontraba en compañía de un ser sin identidad, Carlos ya no era Carlos y por lo tanto, me encontraba a la deriva junto a un desconocido. Estaba perplejo ante este escenario, no sabía si debía conversar con él o debía dejarlo solo. Se veía buena persona, algo hippiento pero con un fuerte parecido al Viejito Pascuero, parecido que le otorgaba a su imagen un aura acogedora. Aunque debo reconocer que a ratos se parecía al enano gruñón de Blanca Nieves, enano que a la larga también termina siendo enternecedor. Su imagen no me molestaba, pero seguía siendo un desconocido.

Resignado, esta persona me señala que debemos seguir, ya nada importaba. Yo no sé muy bien el motivo, pero le hacía caso a esta extraña persona. Luego de pedalear unos cuantos kilómetros, entramos a la ciudad de Castro. En eso, ante tanta gente rodeándonos, preferí entablar conversación con él para averiguar quien era y así no sentirme tan solo y desvalido.

- Señor, ¿Cómo se llama?

- ¿Qué? – me dice sorprendido, como si debiese saber su nombre.

- Pero señor, yo no lo conozco, ¿quién es usted?

- ¿Te has vuelto loco, te pegaste en la cabeza, el sol te trastornó? ¿Qué te pasa Felipín?

- ¿Y usted cómo sabe mi nombre? Muéstreme su identidad.

- Pero si sabes que la he perdido… Ahora entiendo, ya no confías en mí por no tener identidad. Mi nombre es Carlos, ¿te parece familiar?

- Sí, es el mismo nombre de un amigo viejito que me acompañó hasta hace un momento. Que coincidencias, ¿No? Yo regreso a Santiago esta noche, ¿y usted?

- También Felipín, desde luego que viajamos juntos. No me desconozcas, no tengo identidad, pero sigo siendo el mismo viejo gruñón, hippiento y moroso… Aunque si no me conoces, ya no tendré que pagar ninguna deuda que alguna vez pensé en tener.

Rápidamente, cual deja vú fuese, me nombró las deudas contraídas y confirmé que era mi eterno amigo, el que creía que había perdido en el camino, pero que siempre estuvo junto a mí. Sin importar su identidad, volví a confiar en que él, era él.

No hay comentarios.:

 
Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.