15 febrero 2008

Capítulo XI: Sorpresas que depara el camino

Sin una gota de agua comenzamos a sentir el sol en nuestro cuerpo y las subidas en nuestras piernas. Un cartel que indicaba pendientes por cerca de 25 kilómetros nos terminó de deprimir. Quirihue es un pueblo ubicado al final de las pendientes que gira entorno a su única avenida, la Alameda Arturo Prat (que original el nombre). En la pileta de la plaza los niños chapoteaban intentando calmar el calor, mientras nosotros bañados en sudor intentábamos recobrar el aliento.

Sin viento en contra y con las pendientes a nuestro favor, a diferencia de la mañana, seguimos viaje. En plena carretera aparece un semáforo y más encima en luz roja. No se veía a nadie por ninguna parte, sin embargo preferimos parar a esperar la luz verde del ridículo semáforo instalado en plena carretera. Estoy seguro que si no paramos, inmediatamente aparece algún policía para cursarnos una infracción. Es que tienen un olfato… Mientras esperábamos la luz verde, pudimos divisar un cartel que decía “Bienvenido a Trehuacó” y al otro lado del semáforo, otro que decía “Gracias por visitarnos, vuelva pronto”. El semáforo fantasma era la máxima atracción de un pueblo igual de fantasmagórico.

Coelemu se cruzó en nuestra ruta en el momento preciso de hacer un descanso. Al retomar camino, remontando el arrebol, el trabajo en equipo continuaba. El trazado era sinuoso abriéndose paso entre el verde lomaje de la Cordillera de la Costa. Iba delante de Carlos, sabiendo que pegada a mi rueda trasera estaba la rueda de su bicicleta, incluso lo sentía respirar en mi oído…

A la vuelta de una de las tantas curvas nos esperaba una furiosa jauría de perros, de aproximadamente unos 15 individuos en su mayoría de raza mestiza (vulgarmente conocidos como quiltros). Bastó sentir unos cuantos ladridos y el turbo de mis piernas se activó en forma automática dejando atrás cuanto perro me perseguía y, lamentablemente, a Carlos también. El trabajo de equipo se acababa de terminar. Con el susto subí cuanto cerro se me cruzó esperando en la cima de uno de ellos a mi desafortunado amigo. Después de un buen rato, lentamente aparece un ser magullado, vestido de harapos y con un rostro cadavérico que nada tenía de amistoso. Era Carlos. No se detuvo, pasó por mi lado, no me habló y dejó que la indiferencia explicara todo lo que quedaba por explicar.

La noche húmeda por el rocío y fría por la incomunicación, fue testigo de nuestra llegada a Rafael, pueblo donde decidimos dormir. Por la mañana, de retomarse la comunicación, deberíamos decidir entre dos rutas, como siempre un camino largo y otro corto, para llegar a la gran ciudad de Concepción.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Tarea cumplida, espero seguir al día, aunque estoy un poco indignada por lo mal que tratas a los pueblos de mi región, pero en fin, espero que eso cambie algún día. Besos y gracias por tus escritos.

 
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