15 noviembre 2007

Capítulo V: En busca de José y de la suerte perdida

Antes de salir hacia Vichuquén, Carlos llamó a Santiago. Yo esperé afuera del centro de llamados mientras lo miraba de lejos y me sorprendían las explicaciones que daba a razón de nada. Carlos montó su bicicleta y sin decirme una palabra comenzó a pedalear. La cara de funeral que llevaba no la podía disimular y yo intentaba cambiar el tema pero nada resultaba. Al poco andar decidió contarme que se encontraba ante una nueva situación civil. Después de hablar por teléfono había quedado absolutamente soltero, sin nadie y sin ningún lugar donde llegar al regresar a Santiago. No era primera vez que Carlos se separaba, pero esta vez parecía que la cosa era más seria.

El camino era bastante acogedor, los cerros que se dibujaban tras los verdes árboles que refrescaban y ensombrecían el camino, se empinaban para dejar pasar entre sus quebradas, el camino que debíamos recorrer. Al llegar a Lo Valdivia nos topamos con un escenario bastante poco común. Los ojos de mar, que son acumulaciones de agua salada que emergen de napas subterráneas desde donde se saca sal, hablaban por sí solos y el inmenso valle donde se ubicaban nos invitaba a recuperar los kilómetros perdidos el día anterior.

Al andar por esos bellos parajes nos topamos con una vieja guatona que esperaba locomoción sentada sobre unos sacos de sal, a quién decidí preguntar por la suerte de nuestro amigo José que había salido a pedalear bastante más temprano que nosotros. La respuesta fue bastante sorprendente y poco esperada. José ya había pisado esos suelos hacía bastante rato, por lo que intentar pillarlo iba a ser una tarea francamente agotadora y casi imposible. Poco a poco empecé a creer que José era quien no quería pedalear con nosotros por temor a retrasarse en su ritmo de pedaleo. Para variar se me viene a la mente la imagen del huaso con chupaya. ¿Habremos subestimado a nuestro amigo José?

Continuamos por una huella de tierra hasta llegar a un cruce donde el mapa y la señalética se olvidaron de nosotros. Tres caminos a elegir: derecha, izquierda o recto. Instintivamente tomamos el de la izquierda sin saber a donde cresta íbamos a parar. Creo que en este cruce finalmente perdimos todo rastro de José, ya que se necesitaría de un milagro para que el instinto de los tres nos llevara por el mismo camino.

Pero Carlos es brillante. Sus geniales ocurrencias invadían el viaje. Ahora perdidos, sin agua y con solo nociones de estar rodeando el lago, Carlos decide cortar otro rayo. ¡Otro rayo del lado del piñón! Su cara no podía ser peor, primero lo abandona su señora y ahora su bicicleta. ¿Qué más le podría pasar?

Intentando hacer ejercicios de superación mental, me vi en la obligación de esperar el arreglo de su bicicleta. A estas alturas ya pensaba en comprar una bicicleta nueva o mejor aún, un compañero nuevo (solamente porque la esclavitud está sancionada socialmente opto por la primera opción). Con malabares y astucia, Carlos logró volver a hacer rodar su bicicleta. Lo complicado ahora, era tomar el camino correcto para llegar a Vichuquén. Yo que no andaba muy brillante tampoco, escogí una ruta que nos tuvo horas pedaleando alrededor del lago sin poder encontrar el pueblo. Pero, al finalizar la tarde pudimos dar con él.

El pueblo se asemejaba a una teleserie brasileña, con casas coloniales, veredas techadas y alegres colores, además de los árboles frutales ubicados al costado de las angostas calles. Carlos encontró un mecánico por lo que aprovechó de dejar la rueda para que se la centraran nuevamente, debiendo regresar al camping, distante tres kilómetros del pueblo, en una bicicleta “mini” sin frenos, que le prestó el mecánico. Era tan folclórico verlo... parecía un viejo verde en busca de colegialas arriba de una bici con canasto y campanilla. Me reí de buena gana y por primera vez en el día, Carlos esbozó una sonrisa.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Lo leí!
sí xq en vez d estar estudiando gestión estoy leyendo tu blog, ta d más dejar en claro q es más entret.

oye, no dejas d plasmar la profesión en los escritos:"José ya había pisado esos suelos hacía bastante rato","además de los árboles frutales ubicados al costado de las angostas calles"... sólo nosotros repararíamos en los frutales d un pueblo.

Mención honrosa a la vieja guatona!


Cariñosss

 
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