Capítulo IV: Una rueda menos y un compañero más
Al llegar a Bucalemu, nos enteramos que la gente también sale de vacaciones y no muy cerca precisamente. El punto es que el único mecánico que podría haber sacado la panne de Carlos, perdón de la bicicleta de Carlos, se encontraba a miles de kilómetros fuera del pueblo. Así que temprano en la mañana viajó rumbo a Paredones, otro diminuto pueblo ubicado al interior de
Ya al atardecer llegó al camping otro “cicloturista”. Se llamaba José y tenía más años que el mecánico y Carlos juntos. Era increíble. Su bicicleta era roja, con tintes anaranjados producto del óxido que llevaba en todos los pernos y rodamientos. La bicicleta apenas se paraba y él a duras penas lo hacía también. Por momentos me recordaba el huaso que jamás pude alcanzar en mi alocada carrera a Pichilemu. José llevaba como meta visitar a su hija en Osorno quién lo esperaba para los funerales de su hermano, aunque se demorara todo el verano y del muerto quedara sólo el féretro. La ruta planificada por José coincidía con la de nosotros. Tal como es de imaginar, por ningún motivo lo invitamos a pedalear con nosotros. No es que nos cayera mal, pero con los posibles problemas mecánicos que tuviera y lo lento de su desarrollo, preferimos pasar por alto la coincidencia de las rutas. José representaba al tierno y sereno abuelito. Su equipaje no era más que una harapienta carpa, un cuchillo todo terreno, una tetera negra y una caja de fósforos para prender la fogata que calentaba todas sus noches. Tímidamente se acercó a nosotros en pos de conseguir ayuda para arreglar los frenos que llevaba cortados. Quisimos ayudarlo, pero el óxido pudo más que nosotros y en esa bicicleta era imposible soltar o apretar algo. Durante el viaje José tendría que seguir usando sus gastadas zapatillas para poder frenar, mientras nosotros seguiríamos intentando reparar una rueda que se resistía a seguir rodando.
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