15 octubre 2006

Grabadoras adivinas

Tenía que llegar rapidísimo al centro de Santiago. Pedaleaba con toda la furia contenida en mí, hasta el punto de sentir un dolorcillo en los muslos por la fuerza impresa a los pedales.
Inoportuno como siempre, sonó mi teléfono celular justo antes de llegar a un concurrido cruce capitalino. Como todo conductor, debía contestar y seguir al volante. Era necesario, quizás me avisarían que no tenía sentido tanto apuro, que mi atraso no tenía importancia, o que simplemente la cita se cancelaba.
Continuaba pedaleando intentando meter una mano, forrada con un grueso guante, a un pequeño bolsillo de mi pantalón, en busca de aquel aparato que chillaba y chillaba. Lo tomé y lo jalé con una fuerza tal que mi teléfono voló por los aires, rebotó en el pavimento y se descuartizó en tres partes, exactamente al medio del concurrido cruce.
Estupefacto, frené en un segundo y ante mi asombro, vi como una docena de vehículos, entre autos, camiones y buses, pasaron sobre las piezas a toda velocidad sin pisar ninguna de ellas. Con astucia me lancé a plena calle, recogí batería, chip y teléfono, logrando por fin armarlo.
Milagrosamente el teléfono se encendió y continuó su funcionamiento como si nada hubiese ocurrido.
Me monté sobre la “Chanchi” y seguí mi camino, esforzándome aún más por llegar a la hora.
En unos instantes mi teléfono volvió a sonar. Esta vez era un mensaje de texto que se leía: “Ud. tiene 1 nuevo mensaje en su buzón de voz...”. Mientras pedaleaba, marqué al buzón de voz esperando escuchar alguna voz que calmara mi agitado viaje. La fatalidad no podía ser peor, una dulce voz se oía: “Estimado usuario, su compañía de telefonía celular le ofrece un seguro para su equipo contra golpes y caídas, si desea contratarlo presione 1...”.

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