Capítulo II: El gran misterio
Todo pasó a la orilla de un camino secundario. Sin saberlo, ocurrió. Fue el más grande de los misterios, que nunca, hasta el día de hoy, lo he podido descifrar. Todo comenzó a ordenarse, todo se ubicó en su lugar, todo excepto lo que faltaba. Era lógico que lo que faltaba no estaba en su lugar, por algo faltaba. Pero lo que faltaba no se había sacado de su lugar, todo era muy extraño. Lo faltante correspondía a una sustancia contenida en una pequeña botella metálica, que algunos llaman wisky y petaca, respectivamente. Gran fue nuestra sorpresa cuando nos percatamos que tras pernoctar la primera noche, todo el alcohol fue... como explicarlo, no sé si fue sustraído, olvidado en Santiago, perdido en el camino o abducido por los ovnis. Era demasiado extraño. Pero el viaje debía continuar con ese gran dilema. Creo que nunca sabremos a donde fue a parar mi petaca... ¡petaquita!... ¡Snif! ¡Snif!
Con un misterio a cuesta, comenzó el segundo día de pedaleo por la hermosa Cordillera de
Desde lo alto de los cerros se divisaba el pueblo de Litueche. Después de bajar hacia él y almorzar en el camino, nos instalamos en la plaza a pasar el calor. Mi siesta avanzaba al compás de una peste negra que se inmiscuía entre mis ropas y se abalanzaba hacia mis carnes. Al despertar noté algo trágico. La peste negra me tenía invadido por completo y mi piel estaba a punto de comenzar a florecer. Fue en ese momento en que entendí que dormir sobre un hormiguero puede resultar la peor idea de un viaje.
Ya pasado el trágico calor de las cuatro de la tarde, empezamos a darle curso a nuestras ruedas y ponerle fuerza a los pedales. En un comienzo el camino fue plano por lo que el avance se realizó de manera bastante ágil. No tan ágil como quisiera, pero ágil. En la mitad del camino un huaso arriba de una bicicleta, tan antigua como el hilo negro, se puso delante de nosotros y ante mi impotencia no lo pude pasar. Cuando ya lo perdíamos de vista, vimos como su chupaya se la llevaba el viento, ante lo cual se detuvo, la recogió y siguió sin darnos oportunidad alguna de darle alcance. Yo hervía de rabia y Carlos se reía en mi propia cara.
Ya de noche comenzamos a cruzar la cordillera para llegar al balneario de Pichilemu. Cuando creímos estar en lo alto de los cerros decidimos abrigarnos. Cometimos un grave error, ya que nos faltaba mucho por subir y ya era tarde para arrepentirnos. Nuestros cuerpos nadaban al interior de verdadero sauna. Pichilemu no es muy bello, pero ante el cansancio y sudor, poco importaba. Mientras deambulábamos en medio del carrete juvenil buscando un camping, volví a extrañar mi petaquita. ¡Snif!
1 comentario:
^.^
Disfrutando un domingo que tiene cara de sábado.
y esperando el capítulo de mañana. Siempre que termino de leer quedo con ganas de leer más. o.ò podrias actualizar el blog semanalmente...asi no hay que esperar tanto.
Con lo que me gusta leer a Felipín ^.^
Besitos
PD: Me ha ido mal con las tarjetas, pero según vi, mientras más tardas encomprar las entradas más caras son. Así que compremoslas pronto. ;)
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