Prólogo
A las cinco de la tarde de un día cualquiera, bajo los tibios rayos invernales que se dejaban ver entre las nubes, aparece Carlos, quién con una calma admirable estaciona su vehículo, lo encadena y camina hacia el lugar donde me encontraba. Carlos es un muy buen amigo, ciclista por cierto, con el que compartimos el espíritu aventurero, pese a su avanzada edad. No diré exactamente a que década pertenece, pero su caminar cansino, su pelada prominente rodeada de muy pocas canas y su hablar pausado y reflexivo, daban cuenta de una persona que ya viene de vuelta en la vida. Era de esas personas que se quedaron pegadas en la época “hippie”, sin responsabilidades adquiridas más allá que la de subsistir en completa paz con el mundo que lo rodea. Yo por el contrario, estoy recién comenzando a conocer la vida, me gustan las cosas más estructuradas y de los “hippies” sólo tengo una idea caricaturesca dónde todo es paz y amor rodeado de coloridas flores. Por todo ello, esta mezcla entre experiencia y jovialidad, entre irresponsabilidad y seriedad, contrastes que siempre debíamos sopesar para lograr llegar a acuerdos, nos resultaba del todo alucinante y llena de desafíos.
Hacía días que veníamos conversando sobre la posibilidad de realizar un viaje en bicicleta fuera de Santiago y por lo que intuí en la conversación telefónica que tuvimos minutos antes, el momento había llegado.
- ¿Cómo estás? ¡Vienes atrasado! – le dije antes de que se sentara a mi lado.
- No me molestes, si sabes que no hay por qué apurarse. Estuve pensando, y ¿qué tal si hoy nos vamos al norte?
- ¿Hoy? – pregunté asombrado por la idea. Ya era tarde y no alcanzábamos a preparar nada, pensé. – Pero si no tenemos nada listo. Comida, repuestos, carpa, mapa, etc. No hay nada organizado.
- ¿Y para qué tanta organización? Yo sacaré lo que tenga de comida en casa, tú lleva lo que puedas, las herramientas tuyas y con eso tenemos. ¿Tienes con quién conseguirte carpa? Sino, dormiremos sin ella.
- Intentaré conseguirme, pero es muy tarde – expresé algo asustado y ya convencido de que Carlos me estaba hablando en serio.
- Entonces no se habla más del asunto y nos vemos a las nueve de la noche en el Terminal de buses. ¡Adiós! – finalizó con un aplauso de punto final y una sonrisa en su boca al momento en que se paraba para irse a su casa.
Yo intentaba aterrizar la idea antes de llegar a casa, pero no tenía sentido, ya que en lo único que debía pensar era en cómo preparar un viaje en tan poco tiempo. Hablé con algunos amigos por la carpa y las cosas comenzaron a darse solas. Todo fluye en forma armónica, hubiese dicho Carlos. Sin saber cómo, puntualmente llegué al Terminal de buses. Compramos pasajes y ya a media noche viajábamos rumbo al norte.
El resultado del viaje no fue del todo ideal, sin embargo se aprendió bastante. Yo supe que los “jeans” no son una buena alternativa para pedalear (pese a que ya lo sabía, con el apuro se me olvidó cambiármelos y no llevé otro pantalón), que la organización es vital para no repetir repuestos ni comida innecesariamente, que es posible comprar comida en el camino y no pasearse con kilos de cosas que finalmente llegaron de vuelta a Santiago, y un sinnúmero de cosas que decidimos corregir para no repetir dicha experiencia. Hasta los buses que logramos conseguir eran ordinarios, para no pagar peajes se iban por las cuestas. En fin.
Ya en Santiago, nos comprometimos a viajar en el verano al sur, con más organización y por mucho más tiempo que apenas tres días. Los dados estaban lanzados y ya sólo quedaba esperar.
2 comentarios:
Otra vez yo ^.^
Bien, ya estoy en esto asi que no me cabe más que exijirte el próximo episdio de la travesia. Aunque ya sé que me diras que espere hasta el 15, pero no pierdo nada con pedirlo.
Te quiero mucho, Clau
Mmmmm... Si te sirve de consuelo, cuando tengo que contar los días para irme de viaje siempre pienso que a cuento de qué tanta preparación. No me parece mala solución la vuestra ;)
Publicar un comentario